Nievecita



Nievecita


En este mundo todo puede ocurrir, y todo lo narran los cuentos.
Éranse que se eran un viejo y una vieja. Tenían de todo: una vaca, una oveja y un gato. Lo único que les faltaba eran hijos, y eso los entristecía mucho.
Un invierno cayó tanta nieve, blanca, muy blanca, que llegaba a la rodilla. Los chicos de los vecinos salieron a jugar a la calle: unos patinaban en sus trineos, otros se arrojaban bolas de nieve y otros se pusieron a hacer muñecos de nieve.
El viejo estuvo largo rato mirándolos por la ventana, y luego dijo:
-¿Por qué, vieja mía, estás pensativa y miras a los chicos de los vecinos? Vamos a la calle a divertirnos nosotros, a olvidar nuestros años. Hagamos un monigote de nieve.
Y como la vieja estaba aquel día de buen humor, dijo:
- Vamos, viejo, a la calle ¿Pero, qué necesidad tenemos de hacer un monigote de nieve? Mejor será que hagamos una niña. La llamaremos Nievecita y será la más hermosa niña de nieve.
Dicho y hecho. Salieron los ancianos a su huerta y se pusieron a modelar una niña de nieve. La terminaron, le pusieron por ojos dos cuentas azules, le marcaron en las mejillas un par de pequeños hoyuelos y con un pedacito de cinta roja le hicieron la boca. ¡Qué linda era Nievecita!  Los ancianos la miraban encandilados y no cabían en sí de la alegría que tenían.
¡Qué maravilla era Nievecita! Pero de pronto algo asombroso sucedió: Nievecita se sonreía, el pelo se le rizó, movió las piernas y las manos y echó a andar por la huerta hacia la casa. Como si la conociera de toda la vida.
Los ancianos quedaron estupefactos, como si hubieran echado raíces en el suelo.
-¡Viejo – gritó la anciana-, tenemos una hijita! ¡Nievecita, querida!
Se precipitaron hacia la casa detrás de ella… ¡Qué alegría sentían!
Crecía Nievecita no por días, sino por horas y cada mañana se levantaba más bella. Los ancianos la adoraban y la colmaban de mimos.
Era Nievecita blanca como la nieve, sus ojos parecían dos cuentas azules, y la trenza dorada le llegaba a la cintura. Sólo que no tenía color en las mejillas ni en los labios. Pero, de todos modos, era preciosa.
Llegó la sonriente primavera, se llenaron las yemas, volaron las abejas a los campos y cantó la alondra. Todos los niños estaban felices y las niñas cantaban canciones primaverales. Pero Nievecita se sentía triste. Miraba por la ventana y las lágrimas fluían de sus ojos.
Llegó el hermoso verano, florecieron los huertos,  y las mieses maduraban en los campos… Nievecita parecía más triste todavía, se ocultaba del sol, buscaba siempre la sombra, el fresco, y cuando más a gusto se sentía era cuando la mojaba la lluvia.
Los ancianos le preguntaban, muy afligidos:
-¿Es que no te sientes bien, hijta?
- Me siento bien- respondía la niña.
Pero todo el tiempo se ocultaba en algún rincón y no quería salir a la calle.
Un día, las chicas de la aldea decidieron ir juntas al bosque a recoger frambuesas, frutillas y murtilla.
Llamaron a Nievecita:
-       ¡Ven con nosotras! ¡Vamos, amiguita!
Nievecita no quería ir al bosque, no quería que le diera el sol.
Pero los ancianos le dijeron:
-       Ve, Nievecita, ve con tus amigas, distráete un poco.
Tomó Nievecita un pequeño cesto y fue al bosque con sus amiguitas.
Las chicas hacían coronas de flores, bailaban en corro y cantaban canciones de la primavera.
Pero Nievecita buscó un arroyo muy frío, se sentó a la orilla. Miraba la corriente, mojaba sus dedos en el agua y jugaba con sus gotas como si fueran perlas.
Llegó la tarde. Las chicas, juguetonas, se pusieron en la cabeza coronas de flores, encendieron una hoguera y fueron saltándola por turno. Nievecita no quería… pero las amigas le insistían. Nievecita se acercó a la hoguera… Temblaba, estaba pálida y la trenza se le había deshecho… Las amiguitas le gritaron:
-       ¡Salta, salta Nievecita!
Tomó carrera Nievecita y saltó… Se oyó un crepitar y un triste gemido, y Nievecita desapareció. Flotó sobre la hoguera un vapor blanco y formó una nube que voló a lo alto del cielo. Nievecita se había derretido…

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